jueves, 2 de diciembre de 2010

Cumana


"Conocí a Manuelo en un bar de Buenos Aires. Su sonrisa me cautivó. Me hacía sentir libre a pesar de esa gran opresión que suponía la dictadura argentina, pues era el año 1977. Todo había cambiado tanto... Demasiado control, censura, límites, mentiras, miedos, para una chica de 19 años que quería vivir más que nunca. Hablamos y hablamos. Y ese bar de Buenos Aires se convirtió en el primero de los muchos que visitaría junto a él. Así conocí a mi marido.
Pero Manuelo se iba dando cuenta de que mi sonrisa se iba apagando día a día. Los policias abusaban de autoridad, había rumores de torturas, yo tenía miedo. Y yo notaba que a Manuelo le quedaba pequeño el techo argentino, para todo lo que quería crecer. ¿Por qué tenía que ocurrir esto justo ahora?
Hablamos, meditamos, fuimos fuertes, y decidimos venirnos a España. No teníamos nada aquí. Sólo ilusiones futuras.
Fue difícil; visados, trámites, etc. ¡No nos querían dejar escapar! Y por fín pisamos Madrid.

El primer tranajo que tuve era de señora de la limpieza. No tenía formación para ocupar trabajos que me pudieran pronorcionar un mayor sueldo. Y Manuelo se hizo camarero en un restaurante. El caso es que le gustó. Se hizo muy amigo del dueño, y éste le dejaba introducir en los menús toques argentinos. Él decía que era una buena combinación.

Un día, el dueño del restaurante donde trabajaba Manuelo lo citó en su despacho. Le dijo que ya era hora de que se jubilara, y que había decicido que mi Manuelo ocupara su puesto. Tenía grandes proyectos para él: quería que su restaurante se convirtiera en un restaurante de cocina argentina. Yo empecé a trabajar cómo cocinera.

El negocio nos fue bien, y ahora los dueños de "Cumana" son nuestros hijos: Bruno y Nicolás.
Ahora miro sonriente a mi marido, orgullosa por lo valientes que fuimos al venirnos, al apostar por un futuro mejor fuera. Él lee mis pensamientos y me responde con otra sonrisa."

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